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Concurso de Relatos Cortos 3º premio de la edición 2023: MALFARIO

3º premio de la edición 2023: MALFARIO

3º PREMIO DE LA III EDICIÓN DEL CERTAMEN DE RELATO CORTO 'PUEBLOS Y SABORES'

Relato: MALFARIO
Autor: Antonio de la Fuente Arjona

Teresa observa los trabajos de vendimia, todo se muestra nuevo y viejo a la vez. He vuelto, piensa, He vuelto para quedarme, y respira profundamente ese olor dulce que perfuma la mañana. Amanece y el sol convierte en oro cada grano, los racimos amarillos cuelgan brillantes y agradecidos, como una ubre llena deseando ser ordeñada. Así están las plantas, agotadas por el peso de la fruta.

Mientras pasea picotea de aquí y de allá, Teresa desayuna uvas con pan, recuerdos y sabores de la infancia, pellizca la piel con los dientes para que la pulpa le estalle dentro del paladar, y sonríe, no puede evitarlo. Un tumulto interrumpe la ensoñación. Dos hombres zarandean y arrastran a un tercero. Teresa comprueba que no es más que un chaval, a pesar de su corpulencia, un niño grande de no más de veinte años que apenas se resiste, solo gimotea mientras abraza con fuerza un cuaderno o algo similar.

-Mira a quién tenemos aquí, al tonto del pueblo -el capataz se encara con el prisionero, el cual le saca casi dos cabezas-. ¿Otra vez por aquí, mangurrián? Es que tú no aprendes, todos los años al retortero, ¿cuántas veces te lo tengo que decir? No te acerques a la uva que le das mala sangre, ¿cuántas veces te lo tengo que decir? -Y de un bofetón le vuelve la cara al gigante, que entonces sí deja de quejarse, solo cierra los ojos como esperando el siguiente guantazo. Teresa, espantada por ese arranque de violencia, se interpone deteniendo el amago de zurra.

-No, hombre, no, esas no son maneras. Pascual, por favor, dejad al chaval.

-Si le deja ir así mañana le tendremos aquí otra vez mosconeando. Lo mejor es escarmentarlo ahora para que nos deje la vendimia tranquila.

-No entiendo.

-Bueno, patrona, usted es bisoña y no sabe cómo funciona esto. No se preocupe, si la madre de este tarado no puede manejarlo ya nos encargamos nosotros de apretarlo.

-No creo que sea una solución correcta.

-Estos solo entienden este lenguaje, señora. -Mete baza otro de los jornaleros.

-¿La brutalidad? -protesta Teresa mirando fijamente al campesino.

-Solo es un bofetón, patrona -el mayoral intenta quitar hierro al asunto-, un bofetón a tiempo evita muchos problemas, al remate aprende la lección.

-Pero yo no quiero ver eso en mi finca.

-Usted no tiene porqué verlo, patrona, puede hacer como su señor abuelo, déjenos a nosotros.

-¿Mi abuelo? -Y no puede evitar recordar la última vez que vino a visitarle y se encontró con un anciano frágil y achacoso. Poco quedaba del hombre que le enseñó a amar la tierra y que le descubrió con paciencia el misterio de la vid.

-El viejo dueño marchaba a pasear con los perros mientras nosotros manejábamos la situación.

-Creo que mi abuelo ya estaba muy enfermo para darse cuenta de nada. ¿Pero esto desde cuándo sucede?

-¡Desde que era un mocoso! Este chinche viene a perderse en nuestros campos casi desde que nació.

-O sea, que vuestra lección no ha servido de mucho entonces.

-Esta cepa no hay quien la enderece, patrona, ya brotó torcida. Herencia o algo así, de casta le viene al galgo, con un poquito de suerte se colgará como su padre.

Esa última frase queda flotando en el aire, perturbadora. Teresa prefiere no hurgar ahora en esa niebla.

-¿Pero se puede saber exactamente qué es lo que hace en la viña el chaval?

El capataz duda, se rasca la sesera por debajo del sombrero. Molestar más que nada, dice al fin.

-¿Molestar? ¿Cómo molestar? ¿Rompe las plantas, roba fruta?

-No, nada de eso, señora. Trae mal fario, ya sabe.

-No, no lo sé. -Teresa cada vez entiende menos de qué están discutiendo. El día amaneció feliz y de pronto se torna oscuro y confuso.

-Bueno, patrona, la uva es muy sensible.

-¡Muy sensible al clima, a la temperatura, al exceso del sol o de agua o de frío, a las plagas! Pero, ¿al mal fario? Por Dios, jamás oí tal disparate. Soltadlo ahora mismo.

El mayoral agacha la cabeza, los demás arrugan sus boinas entre las manos, nerviosos y sumisos. El gigante, libre por fin, ni huye ni se queja, solo se limpia las lágrimas y las babas con la manga sucia de la camisa, la mirada perdida en algún lugar del horizonte. Ni siquiera reacciona cuando Teresa le toca el hombro.

-¿Cómo te llamas, chaval?

-Malfario -responde el mayoral-, aunque otros le llaman Malparío.

Dos o tres segundones ríen la gracia, pero la dura mirada de la dueña les ataja.

-Ya está bien, Pascual. Vuelvan a la faena por favor, la uva no espera.

-Usted manda, señora. -Resopla el mayoral rumiando prudente su veredicto: Una mujer y un tonto, menuda pareja, lo que nos faltaba, Dios los crea y ellos se juntan. La cuadrilla inicia la marcha. Uno de los peones, el que aparenta más edad del grupo, señala al muchacho con el dedo: Pedro, su nombre es Pedro, su madre no vive muy lejos de aquí.

-¿Qué le pasó al padre? -Ahora sí se atreve a preguntar Teresa, aunque ya sabe la respuesta.

-Se ahorcó. No era mala gente. La desgracia, que se ceba con los más pobres.

 

                                                                       *                                 *                                 *

 

La mujer salió rápido a recibirles, alarmada por la presencia de la nueva dueña.

-¿Pedro, qué fue esta vez? -se abraza al corpachón de su hijo buscando rastros de alguna herida o cardenal-. Si no es una paliza es una descalabradura, algo se lleva siempre el bendito. Perdone el ajobo, señora, yo ya no puedo con él, no sé qué esperan que haga, ¿que lo ate, que le ponga una cadena al cuello como perro? Pero si es inofensivo, por Dios, solo va a la vendimia y hace sus dibujos y sus cálculos, nada más.

-¿Cálculos? -reacciona Teresa con curiosidad.

-De la cantidad de uva recolectada. Pedro es el Rey de los Números, o eso dice el maestro del pueblo, puede preguntarle si quiere. Con sus cuentas predice la cosecha según las fanegas de tierra y de cómo haya sido la temporada, si más seca o más lluviosa.

-Qué interesante, ¿y acierta?

-No, siempre calcula de más, nunca de menos, ¿por qué será? Es un misterio, porque le aseguro que él nunca yerra con los números, puede preguntar al licenciado si no me cree. Le gusta estar cerca de la vid, no puede evitarlo. Cuando mi marido... -y aquí hace una tregua de aire, se muerde los labios-, cuando mi marido marchó, pensé en emigrar, viajar a la ciudad donde vive mi hermana, alejarnos del pueblo y del mal fario, pero fue imposible, ya teníamos el carro cargado y listo para partir y Pedro se negó a caminar, no hubo Dios que lo moviera, ni por la fuerza, oiga, como si hubiera echado raíz.

-Somos iguales entonces, a los dos nos reclama el terruño ¿verdad Pedro?

-Apenas habla, patrona -se disculpa la mujer-, mi hijo no se fía del verbo, las palabras hacen más daño que una mala pedrá, ¿sabe usted? Mi muchacho es de cepa especial, distinta, nada más que eso, ni mejor ni peor, distinta.

-Creo que yo también soy algo insólito en el viñedo. Parra brava me apellidaba mi abuelo cuando me ponía cabezota.

-Lamento mucho lo de su abuelo, fue buen patrón.

-Todos tenemos a alguien a quien llorar o echar de menos, ¿verdad? Pero qué extraño que no nos hayamos conocido antes, en las numerosas visitas que hice al cortijo de niña. En esa época todo eran regalos y zalamerías, hogaño soy una intrusa, sé lo que piensan de mí, lo puedo leer en sus miradas. Una mujer, lo nunca visto.

-Aire fresco, patrona, nos vendrá bien a todos.

-No me llame patrona, por favor, mi nombre es Teresa.

-Teresa, Te-re-sa… -canturrea el niño grande, deletrea el nombre haciendo burbujas de saliva.

-Esa soy yo, Pedro, ¿me dejas ver tu cuaderno ahora que somos amigos?

 

                                                                       *                                 *                                 *

 

-¡A los buenos días! -saluda Pascual a los presentes en el lagar sin quitarse el pitillo de los labios.

-Buenos días, Pascual. Quiero enseñarle algo. -Y Teresa le muestra dos cuadernos que lleva consigo-. Es extraordinario que estos dos libros, procediendo de lugares tan dispares, casen como un puzzle bien resuelto. Uno es el libro de cuentas de mi abuelo, el otro es el cuaderno de Pedro. Lo que le falta a uno lo tiene el otro. Me traía de cabeza el acertijo pero finalmente entiendo el agujero en los balances de la finca de estos últimos años.

-Pero patrona, eso que dice es muy grave, yo…

-No más mentiras, Pascual -le corta Teresa sin necesidad de alzar la voz, conteniendo a duras penas el enfado pero degradándole al tuteo-. No voy a denunciarte pero no quiero verte nunca más por aquí. Parece que en esta tierra hay plagas más tercas que la filoxera, ya me lo advirtió mi abuelo. Pero fíjate, por una vez el mal fario vencerá a la mala uva.

 

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